Brutal/Feral: Arquitecturas de supervivencia
En la década de los años cincuenta en Estados Unidos, en plena Guerra Fría, se consolidan dos modelos de modernidad con gran proyección: la que representó la arquitectura racionalista en sus extremos elitistas o suburbiales (representada en proyectos como el Case Study Houses, organizado por la revista Art & Architecture, entre 1965 y 1945) como la fascinación por las cúpulas geodésicas, que invitaron a vivir en formas ligeras y económicas, casi tribales, muy inspiradoras por el imaginario hippy, como el caso de la común Drop City en Colorado en 1960. Es decir, estamos hablando, por un lado, de la estética del búnker de la herencia brutalista, naturaleza, entre las demarcaciones claras y artificiosas y una arquitectura en la que un mundo penetre confusamente en el otro. Sería tentador decir que estos imaginarios corresponden a escenarios que el cine ha cultivado como utópicos y distópicos, pero no es exactamente así, porque sueños y pesadillas han adquirido características de ambas visiones.
Por brutal, o por brutalismo, se entienden diversas tipologías arquitectónicas, inspiradas en el racionalismo de los años veinte y treinta, pero hipertrofiadas por las necesidades de la posguerra y la fascinación por el cemento. Particularmente abrumador y deshumanizado parece el brutalismo en los países del Este, quizás por eso las construcciones se han convertido en espacios de culto. Esta estética ausente de adornos, monumental, modular y con frecuencia inspirada en fortificaciones militares, del castillo al bunker, diversifica su uso convirtiéndose en sede de edificios públicos, en barriadas de trabajadores o en viviendas de lujo a partes iguales. En 2017, con la victoria de Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos, la demanda de bunkers creció un 700%. Hay ciudades fortificadas que se anuncian hoy como refugios para privilegiados (Seasteading Institute), mientras los refugios atómicos vuelven a estar de moda o se diseñan secretamente ciudades-modelo para los multimillonarios de Silicon Valley (junto a la antigua base aérea de Travis, en California). Asimismo, vemos en la costa británica prisiones flotantes de cemento (Bibby Stockholm) que parecen sacadas de Hollywood (Plan de escape, con S. Stallone, 2013) o se imaginan casas y barrios de contenedores, destinados indistintamente a estudiantes, hipsters o trabajadores temporales.
Feral es cómo se llaman los animales domésticos que, al ser abandonados, vuelven a una naturaleza que les es extraña y hospitalaria a la vez. Perros dejados en los márgenes de la ciudad, colonias de gatos, monos en la India adaptados a la urbe como un “nuevo bosque”… En nuestra acepción, Feral se refiere a paisajes como el de Prypiat (Chernóbil), que han visto la urbe recuperada por la naturaleza, en un paradójico espejismo de ciudad. Entre los proyectos que buscan recuperar un contacto constante con espacios naturales, sin renunciar a la actividad urbana (social, laboral, económica…) se encuentran las Amazon Spheres en Seattle, los proyectos de ciudad-bosque en Singapur (Forest City Johor) o las Green Towers de Stefano Boeri en Nanjing, entre muchos proyectos que recuperan puentes y paseos, nueva masa verde. Lo más sorprendente de estos proyectos, que funden a la vez imaginarios utópicos y distópicos, son los llamados Underground Green Spaces, como el parque subterráneo The Lowline en Nueva York, un laboratorio de paisajismo subterráneo, fomento del talento joven y construcción de comunidades, cerrado en 2017, pero muy influyente todavía hoy en día. Éstos son sólo algunos ejemplos de esta arquitectura en busca de una nueva comunión con la naturaleza que trascienda tres siglos de jardines y parques zoológicos incapaces ya de satisfacer nuestra necesidad de un contrato sostenible entre la civilización y la naturaleza.
Si el brutalismo ha sido el hogar de los grandes villanos del cine; la cabaña o el modelo asilvestrado, han hecho brillar a personajes inocentes, utópicos, marginales (Walden, Kaspar Hauser, Mowgli, Tarzán, Captain fantastic, El señor de las moscas…). Las ciudades salvajes, aquellas donde naturaleza y cultura bregan y conviven, son también la prueba de las ruinas futuras de un planeta que colapsa encarnado por los innumerables relatos del cine de ciencia ficción, que confirman que las raíces del sueño son también las raíces del miedo. Estas referencias son claves en un momento en el que, debido a la emergencia climática, se cuestiona la huella de carbono, la relación entre los ecosistemas humanos, animales y vegetales y se repiensa qué arquitectura deben tener las ciudades para ser más habitables desde el punto de vista de la salud integral.
BRUTAL/FERAL propone evocar este escenario, estos imaginarios a partir del trabajo de varios artistas contemporáneos en los espacios expositivos del Bòlit, el Centro de Arte Contemporáneo de Girona, así como en los espacios públicos de la ciudad.
Mientras esto ocurre, arte y ficción gravitan sobre estas arquitecturas de supervivencia, evocando el atractivo de una colisión llena de paradojas y contradicciones: malvados sofisticados, bunkers domésticos, humanos en nidos o en islas que hacen de nido, nidos en escombros industriales, carteles con raíces y carteles con raíces.
