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Rémy et Dumoncel. Antonio Ortega

Antonio Ortega pinta obsesivamente el mismo cuadro, se trata de lienzos de pequeño formato en los que aparecen dos piedras rosas en una especie de paisaje incierto. Antonio Ortega indica que su intención es suspender la opinión y el pensamiento.

Ortega se empeña en dejar claro que, la aparente paradoja de pretender plasmar el silencio mediante pintura paisajística tradicional (aunque con muchas trazas de impericia), no es un ejercicio de representación naturalista. Por eso, no será gratuito que las piedras estén pintadas a partir de una base magenta -color que no existe de forma natural ya que se desarrolló químicamente a finales del siglo XIX- ni la insistencia en horizontes planos, que podrían remitirnos, indistintamente, a un paisaje o a un bodegón, a un campo o a una mesa. El resultado son cuadros huraños que se resisten a la compañía. El artista dice que sus cuadros son como los tejos que sueltan sus hojas tóxicas para impedir que nadie se acerque a ellos.

Se ha dicho que la obra de Antonio Ortega invoca la Lecture on Nothing [Conferencia sobre la nada] de John Cage, según lo cual, el nihilismo se vuelve positivo y en sus telas nada habla, ni figura ni color: nada. No estamos de acuerdo, ya que, en el ámbito de la pintura, podríamos decir que la responsabilidad de representar la nada le ha correspondido al monocromo blanco y, tenemos que convenir que los cuadros monocromàticos, desde su condición metaartística, se han inclinado hacia posicionamientos y afirmaciones categóricas mientras que Antonio, en sus lienzos, cuestiona la idea de representación de manera personal, mostrándola como la imposibilidad de explicarse mejor. Por ello, no es una pintura callada –la nada–; es una pintura afónica. Estar afónico implica emitir, con gran esfuerzo, un sonido tenue que, además, tiene codificados todos los matices del habla normal. De igual modo, los cuadros de

Antonio Ortega no son la representación de la nada, sino el resultado de no poder explicarlo todo. Antonio Ortega nos remite a su último libro publicado La lección de Johanna van Gogh, con la intención de reformular la idea de interpretación. Persuadido de que la pintura sigue siendo depositaria de la capacidad de conmover, considera que la interpretación y, por extensión, el relato que soporta una obra, excede a la relación que se establece entre artista, obra y público, para sustanciarse a partir de una construcción coral, parcial y fragmentada en la que la emoción conduce a que dicho relato sea cómplice, radical o sensual. Así pues, es en ese marco en el que debemos entender la obsesión temática de Antonio Ortega, que él mismo describe como “intento fallido de glosar el concepto de demagogia” y en el que la demagogia se entiende como una figura retórica.

Rémy et Dumoncel. Antonio Ortega
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