Un pam de llum. Juan Olivares
La pintura de Juan Olivares (Catarroja, 1973) se desarrolla en el territorio de la abstracción como un ejercicio de observación y de resistencia. Lejos de los lenguajes de la inmediatez, su obra defiende el tiempo lento del proceso pictórico y la necesidad de experimentar desde la materia. En Un pam de llum esa investigación se condensa en torno a un eje, la luz como agente de transformación, no como simple efecto visual, sino como símbolo de claridad interior y de revelación de lo invisible.
El artista aborda la pintura como un espacio donde las capas de color funcionan a modo de estratos de experiencia. Cada superficie conserva el rastro de su construcción, las huellas de un proceso que no busca ocultarse, sino mostrarse como parte esencial del resultado. El gesto manual, la densidad del óleo, la transparencia del pigmento o el peso del color son elementos que no describen una imagen, sino que producen una atmósfera, una condición de lo visible. En ese sentido, las obras de Olivares no representan, sino que acontecen, porque su pintura no remite a otra cosa que a su propia existencia.
Hay en su trabajo una tensión constante entre control y abandono. Cada trazo parece debatirse entre la precisión de quien sabe lo que hace y la entrega de quien permite que la materia decida. Esa dualidad dota a las piezas de una energía contenida, de una vibración que convierte lo estático en acontecimiento perceptivo. La luz, en este contexto, no es un motivo, sino un modo de comprender el mundo, una forma de mirar desde la claridad, aunque esa claridad a veces ciegue.
En los lienzos y papeles que componen Un pam de llum, la pintura se manifiesta como un espacio de tránsito. Las formas se deshacen sin desaparecer del todo, como si el color conservara la memoria del gesto que lo originó. Esa condición intermedia, entre presencia y disolución, es lo que da profundidad simbólica a la obra, la pintura entendida como un territorio donde la certeza se desvanece y el mirar se vuelve experiencia.
Frente al ruido y la sobreexposición del presente, Olivares propone una práctica que se sostiene en el silencio y la observación. Su trabajo no busca representar la luz, sino dejar que la luz suceda. Esa es la verdadera radicalidad de su propuesta, recordar que incluso un mínimo resplandor, un palmo de claridad, basta para que lo esencial se revele. La pintura, entonces, no interroga el mundo; lo ilumina.
José Luis Pérez Pont