Una ascensión en espiral: Mirar atrás desde el fin. Raisa Maudit
Construcción de mundos, construcción de contextos inabarcables. Construcción de capas, de gestos, de historias. Reconstrucción y revisión, observar las historias que no han sido contadas pero sí han sido vividas. Vivir de nuevo historias oscurecidas, luchas desconocidas, lenguajes secretos y métodos de supervivencia. En un momento de desmoronamiento como el actual, con la presente caída de sistemas democráticos frente a modelos puramente económicos y sus divertimentos populistas, Raisa Maudit realiza en su exposición un viaje temporal para intentar apoderarse y compartir otra historia (que conlleve otro futuro u otro presente) y entenderla como algo más que una necesidad. Quizás desde un gesto de fe, quizás en clave mística, quizás como última opción.
Raisa Maudit trabaja en su exposición marcando una serie de ejes. Ejes temporales, ejes lingüísticos, ejes emocionales y ejes abstractos. El espacio expositivo es un lugar desde el que definir en proceso a partir de una complejidad que incorpora el miedo, el error, la creencia y las dosis necesarias de violencia. Y varios siglos con los que negociar, varios tiempos solapados. Para entender la actualidad -o una posible actualidad- vayamos primero al siglo XII. Es en ese siglo cuando varios grupos de mujeres deciden no seguir las normas marcadas. Las beguinas (organizadas secretamente en beguinatos) deciden no casarse, crean su propia economía y sistema de representación, realizan tareas de alfabetización, empiezan a escribir sus libros y publican las primeras autobiografías. Y qué sabemos de ellas. Qué rastro hay de su proto-feminsmo, su anarquía, su amor por el conocimiento, sus códigos de reconocimiento mutuo, su colectividad. Se dice que la última beguina murió el 2013. Esta historia no ha terminado. En su ataque no frontal, en su prescindir de las normas y las estructuras de poder, las beguinas se convierten en un elemento desestabilizador. Hablan de sexualidad y religión, utilizan el romance, rompen las normas sin necesidad de hacer nada más que decidir por sí mismas. ¿Qué queda de todo ello? ¿Qué hemos borrado? Vayamos ahora hacia un futuro con máquinas en el que el trabajo y la repetición -y los robots- generan poesía y lenguaje mediante el error. El gesto (eso que era humano) pasa a ser algo compartido con la máquina. El lenguaje pasa a ser código. Las manos y los gestos no escriben, son proceso de escritura. La traducción empieza a ser complicada. Si en el siglo XII hay una posibilidad de cambio mediante la acción de un sector no dominante, ¿qué pasará con las máquinas idiotas? ¿Qué pasará con todos aquellos mecanismos que no evolucionan? ¿Son estas máquinas elementos que desoyen la versión avanzada de un capitalismo que pide de evolución y aprendizaje para generar más beneficios? ¿Y qué es el código? ¿Cuál es el código? ¿Podemos generar un código para dejar de entendernos? ¿Podemos tener otros lenguajes en el que lo emotivo y lo abstracto posibiliten que esos silencios en la historia pasen a ser los sujetos y los verbos principales?
Y frente a las preguntas, frente a las dudas una posibilidad de visión. Visión como ese momento previo a la construcción lingüística, como esa premonición aún inestable que se está formando antes que todo. Una visión compleja que transforma el código en códice, que -en su fragilidad- busca una nueva idea de tabla y necesita permanecer en lo complejo, escapando de la singularidad mesiánica para participar de un gesto compartido.
Una exposición que es un tablero desestabilizado, que busca repeticiones en las que poder acogerse, que parte de la música como material abstracto transmisible, que busca nuevos mundos para poder creer en una posibilidad. Por remota que sea. Si es que es posible.
Comisario: Martí Manen