La idiotez no es sinónimo del anonimato (disolución del sujeto en lo común) ni de la tontería (el mal uso de la inteligencia); la idiotez debe conjugarse como un desplazamiento de apertura que suspende la centralidad de la razón, el modelo de subjetividad que la cobija (la persona) y los dispositivos que la protegen (el derecho, las formas políticas tradicionales y los modelos comunitarios establecidos). El idiota, contra la violencia del consenso, abre el pensamiento a un campo de singularidades que libera al sujeto de sí mismo y lo lanza al espacio infantil (no personal) de un tiempo pleno. Mediante esta apertura fuera de la razón y sus continentes ideológicos e institucionales, el idiota tiene una fuerza destituyente que le permite confrontar la insignificancia de lo real (la idiotez del mundo) sin abdicar de su creatividad. El idiota es así quien protagoniza una retirada, no para callar, sino como garantía de atención y entusiasmo.

El proyecto se presenta como un archivo heterodoxo con el propósito, no de capturar al idiota sino, todo lo contrario, abrir su figura en numerosas encarnaciones. El archivo de idiotas -reales y ficticios- se acompaña de dos herramientas de aproximación: su activación performativa propuesta por Javier Peñafiel y las reflexiones que sobre la figura del idiota nos ofrecen Esperanza López Parada, Carlos Losilla, Chantal Maillard y Ester Jordana.