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Temporals: Boca y roca. Entrevista a Marc Larré

En el marco del ciclo Temporals, el programa itinerante del ICUB que busca acercar el arte contemporáneo a los barrios de Barcelona, hablamos en esta ocasión con el artista Marc Larré sobre su exposición Boca y roca, donde nos propone una nueva aproximación al patrimonio histórico y cultural de Barcelona que no se limita a la arquitectura o a las esculturas públicas, sino que también incluye los cuerpos de quien vive en la ciudad.

En Boca y roca presentas esculturas que reproducen tanto elementos arquitectónicos de Barcelona como las huellas y gestos de quienes la habitan. ¿Cómo dialogan, en tu propuesta, el patrimonio histórico y cultural de la ciudad con la presencia viva de los cuerpos que la conforman cotidianamente?

Boca y roca son un conjunto de esculturas realizadas a partir de moldes de látex y vaciados en yeso de elementos patrimoniales de la ciudad de Barcelona. Boca y roca son también dos palabras que terminan abiertas y comienzan cerradas. Salen extrusionadas de un cuerpo parlante que, a partir del contacto entre labios, dientes, lengua y paladar, nombra el mundo para hacer de él una casa, una cosa o un paisaje; y también un utensilio, un proyectil o simplemente conjurar fuerzas invisibles. Boca y roca, contestando a la pregunta, es también la relación entre el patrimonio histórico y cultural de Barcelona, esto es, el hecho de que la roca deba tener un nombre y que ese nombre obedezca a un mandato patrimonial, un gesto administrativo, contable, vinculado a la patria, al ‘páter’ y, por ende, al patriarcado; y, por otro lado, la matriz social, el roce, la amalgama, el flujo de vida que huye de categorizaciones, lo vernáculo, la fiesta.

El diálogo entre esas dos realidades es esa «Y» copulativa. Es articular dos términos para establecer un puente, un lugar de ida y vuelta, un lugar de transición donde podamos circular libremente y, si queremos, bailar. Es decir, suspender la dicotomía para otorgar densidad a lo que sucede en medio, dar valor a la relación, al lugar de paso, y quitársela al sustantivo. La idea es alejarse de los binomios de la cultura occidental, con sus oposiciones y jerarquías, para arrimarse al vínculo. Esa «Y», por otro lado, a nivel gráfico tiene forma de ingle, que es el punto de unión entre el tronco y las dos extremidades inferiores. Lo de arriba y lxs de abajo.

El yeso, históricamente considerado un material «pobre», adquiere en tu obra un papel central. ¿De qué manera esta fragilidad y porosidad inciden en tu concepción de la escultura?

Igual que la elección de un título, la elección de materiales para mí es muy importante cuando estoy trabajando en una exposición. En este caso, los materiales de los que está compuesta Boca y roca son únicamente yeso y látex. El látex es el material que segrega un tronco cuando está dañado. Cuando el roce no ha sido inocuo y ha incidido en la estructura, el tronco necesita recubrirse de una nueva piel. El látex protege, cura, sostiene una herida en el tiempo hasta que cicatriza.

El yeso es ubicuo y atemporal. Es un material utilizado en construcción como aglutinante, para sujetar y enderezar, o bien para revestir. En el mundo del arte, lo podemos encontrar a su vez como soporte base de la mayoría de las pinturas murales, en la capa de imprimación en pinturas de caballete, en numerosos retablos barrocos engullido por el color dorado, y en nuestra vida diaria, lo encontramos en el papel de los libros que leemos, en nuestras paredes, en la pasta de dientes. Es un material que nos invade y, sin embargo, lo evadimos. Esta cualidad secundaria y sin embargo fundamental, ha hecho que se haya considerado un material pobre. Es decir, el yeso funciona, pero no se ve. Si se ve, se considera decorativo, y cuando es finalmente obra, se trata en realidad de una copia, una reproducción. Es por eso que el yeso apela a lo sensible, su porosidad remite a la piel, y su invisibilidad hace pensar en el papel secundario que el cuerpo y la sensibilidad han ocupado en Occidente.

En este sentido, supongamos que el momento histórico ha obligado a la escultura a, una vez más, abrir los ojos y reparar en su lugar social y sus funciones: ¿Qué tipo de representación, si existiera, puede sostener con credibilidad en la esfera pública? Para mí, las respuestas son y están en todo lo que implique regresar al cuerpo, no como imagen en este caso particular, sino regresar a la materia como soporte. Y hacerlo sin regreso, sin nostalgia, sin esencialismos, como lugar de pleno derecho vinculado a la inmediatez de lo real, de lo que ya de por sí está ahí, y tal vez no vemos por estar siempre mirando más allá (cultura). Un cuerpo entendido en sentido amplio y no limitado a la corporeidad, un cuerpo relacional, no circunscrito a la piel (látex) ni al hueso (yeso). Un cuerpo abierto a todo lo que la boca tiene en común con la roca. Cuerpo entendido también como cuerpo social, un cuerpo múltiple, físico y fluido, desbordado y compartido por todes y todo.

En relación a esto último, he buscado evitar materiales impasibles comúnmente asociados a la práctica escultórica. Hay materiales que no se dejan afectar, que no envejecen y que, por lo tanto, esconden un profundo miedo a la muerte; cabalgan al unísono con las fuerzas que modelan esta sociedad. En su lugar, utilizo materiales sucios, pegajosos, viscosos, cercanos a los fluidos corporales y lejos del corporativismo.

Esta porosidad del yeso se contrapone también a la rigidez de la roca. ¿Qué lectura propones sobre esta tensión entre lo sólido y lo frágil en relación con la manera en que construimos memoria e identidad?

Las esculturas trabajan sobre elementos patrimoniales que definen una identidad para contestar lo que la boca dice de esa roca. Las piezas expuestas recogen, a partir de moldes, la impresión directa de símbolos y emblemas, en ese lugar en el que dicen otra cosa de la que supuestamente deberían decir. El resultado está muy relacionado con las colecciones de escayolas o gipsotecas típicas del mundo académico del siglo XIX, el siglo en el que tuvo lugar el auge de los nacionalismos. La idea es liberar al símbolo de sus vínculos con el poder, su sumisión a significados monolíticos, serviles, fijos. Abrirlo, sensibilizarlo, matrimonializar el patrimonio.

Luce Irigaray, en su libro En el principio era ella, un libro maravilloso que me ha acompañado a lo largo de la preparación de esta exposición, dice que no queda ya ningún entre-nosotros libre, disponible, aún callado, aún con vida. La cultura occidental opera a partir de un falo-logo-centrismo que ha hecho trizas cualquier atisbo de relación con el mundo que no esté mediada por la oposición, la jerarquía y el autoritarismo. Solo hace falta encender la tele para ver que esto es así.

Partiendo de esta idea, Boca y roca pretende poner en relación, por un lado, el cuerpo y, por el otro, el valor simbólico asociado a monumentos, piedras, ciudad: por un lado, la experiencia real que tenemos de las cosas en la cotidianidad, lo vernáculo, la singularidad de nuestros encuentros; por el otro, el valor cultural estándar con el que negocian nuestras experiencias. En cada escultura tiene lugar la articulación de un mínimo de dos huellas-trazos-registros diferentes formando un objeto híbrido. El resultado es la materialización del hueco o distancia, gesto y torsión entre la performatividad del cuerpo, sus gestos vivos, y el símbolo alojado en la roca. Este procedimiento es también el modo en que han sido hechas las piezas. Todas ellas parten de una experiencia en un lugar concreto, nacen de la fricción con una situación. No obedecen a un plan trazado en una mesa, en el estudio o en una silla de bar. Nacen del darse de bruces con lo real, a veces, simplemente el fruto de caminar y detectar algo, poner el dedo en lo que vemos, hinchar y dar valor, maravillarse con lo que tenemos cerca y alrededor. Así de simple.

También hablas de liberar a la roca de su servidumbre al poder y a los grandes relatos de la Historia. ¿Cómo entiendes hoy el papel de los monumentos y símbolos urbanos en la construcción de las identidades colectivas?

Los monumentos y los símbolos siempre obedecen el mandato de (en el peor de los casos) una boca o (en el mejor) muchas. Sea una o muchas, esa boca siempre le va a hacer decir a esa roca un “mot d’ordre”, un lema, una consigna que en realidad está diciendo: obedéceme. Es en ese sentido que lo simbólico siempre ejercerá una pequeña violencia sobre lo real, aquello que no quiere decir nada y que simplemente está ahí para que atendamos, escuchemos y no lo forcemos a hablar si no quiere, porque su lengua es otra.

Levantar un símbolo, además, de forma implícita siempre comporta ocupar un espacio. Para poder ocupar un espacio, siempre hay un juego de fuerzas, una negociación, una gestión que presupone, no ya el decir de lo que no quiere decir nada (la roca), sino una serie de agentes entre los cuales encontramos la propiedad privada, la pública o lo impropio de no tener propiedad. Es por eso que yo prefiero usurpar, profanar, modificar lo que ya existe, subvertir, resistir las significaciones estancas. Incluso antes de tomar partido, yo siempre voy a estar del lado de los sin parte, de los que no han podido ni siquiera llegar a jugar —no digamos ya alzar la voz, o erigir un símbolo.

Por eso yo soy más de sostener que de erigir y, para mí, la escultura debería dejar de levantar volúmenes para empezar a sostener una caída. La caída es la del conjunto de una sociedad y una cultura que ya no sirve, que ha perdido su legitimidad. Que ya no sirve ni siquiera para garantizar el cumplimiento de derechos básicos y fundamentales como el derecho a la vida. Es por eso que aquí hay mucha ternura por lo que hay, y mucha rabia también por cómo eso ha sido secuestrado por una cultura en manos de una gente que no nos interpela, por una serie de violencias estructurales transmitidas de generación en generación que operan en nuestra psique-cuerpo-ciudad dejándonos muy poco margen de maniobra.

Por otro lado, me parece a mí que la idea misma de la construcción identitaria es problemática. Si algo caracteriza al monumento es que no se deja afectar, es impertérrito, impasible. La identidad debería ser precisamente todo lo contrario de un monumento. El monumento condena a la vida y el paso del tiempo a la inmovilidad.

Y por último, el proyecto se nutre de la participación de vecinos y vecinas. ¿Cuáles son tus razones para hacerlo y cómo transforma tu práctica el hecho de incorporar gestos y contribuciones colectivas?

Esto tiene que ver con buscar en qué lugar queda todavía la posibilidad de un arte público, dentro de una esfera pública no solo ya resquebrajada (grietas), desdibujada (indefinición), sino borrada (ausencia total). Tiene que ver con una preocupación por cómo podemos todavía convocar ese fantasma, y si es legítimo. Para mí, esto no es posible desde las instituciones artísticas contemporáneas oficiales, hegemónicas, normativas; las que legitiman qué es y qué no es arte. Sin embargo, desde un centro cívico todavía queda una rendija, un resquicio, por su posición a veces marginal, subordinada, incluso amateur. Esto, me parece a mí, es una posible manera de resistir y evitar caer en el cinismo de optar por esta posición desde la seguridad del gesto legitimado por la institución museo/galería/bienal/feria = mercado del arte. Hacer arte puede todavía funcionar como herramienta crítica desde un posicionamiento explícito aquí, un posicionamiento buscado conscientemente y articulado con palabras. Roca y boca.

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APROPOS son contenidos hechos a propósito de algo que sucede en nuestro contexto artístico. En esta ocasión, colaboramos con el Instituto de Cultura de Barcelona en la difusión del ciclo Temporals 2025-2026.

Fotografías: Irene Monteagudo y David Melero

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