El proyecto de Lara Fluxà (Palma de Mallorca, España, 1985; vive y trabaja en Barcelona) es una nueva instalación que funciona como un jardín, un cuerpo, un ecosistema que se autorregula y alimenta, que cría y se amamanta a sí mismo, que sobrevive.

Un paisaje que habita y parasita el espacio y se activa con la presencia del visitante, y como un juego de espejos nos confronta.

Se trata a primera vista de materiales inertes, pero que adoptan formas biológicas, vesiculares, que arrastran por la superficie de tierra o se alargan, agarrando a las columnas sus vientres cargados de fluidos viscosos. Existen y evolucionan en una forma de vida letárgica, en un largo tiempo dilatado que excede los límites de nuestra percepción como humanos. Podrían activarse y entrar en movimiento por un efecto reflejo detonado por los pasos del visitante.

Nos habla de una noción de performance que implica directamente al otro, puesto que es a él a quien se dirige la advertencia.