Mami Sugar. Búsqueda nº 3. Reescritura
Un calcetín: un objeto cotidiano, mínimo, casi insignificante. Al mirarlo hago una asociación inmediata:
calcetín → pie → zapato
Y ese recorrido me lleva a pensar en cientos, miles de personas que caminan:
- que cruzan desiertos, costas, ciudades y fronteras;
- que llegan a Europa o intentan llegar a Cataluña;
- que desaparecen de nuestra vista en cuanto pisan la ciudad;
- que no pueden acceder a los museos, pero sostienen la vida cotidiana.
Pienso en quienes habitan los márgenes, en los cuerpos no normativos que no encajan en la narrativa oficial. Pienso en quienes, aun sin papeles, construyen y sostienen la economía catalana:
- las personas en los campos de Lleida,
- las que trabajan el reciclaje con los mismos materiales con los que Tàpies creaba sus obras.
Esas presencias invisibles están aquí; sus antepasados sufrieron el látigo que ayudó a levantar este país con materias primas como el cacao, el café, el azúcar, la madera.
Y si pienso en Tàpies, pienso inevitablemente en Cataluña. Y si pienso en Cataluña, veo la senyera. ¿Cómo se construiría hoy una bandera catalana?
¿Cuál es su oro? ¿De quién es la sangre?
Pero yo sí soy catalana. Esa bandera también es mía. Debemos apropiarnos de los símbolos, transformarlos, jugar con ellos, crear nuevas narrativas.
Viene a ser otra historia fundacional para la bandera catalana del siglo xxi, realizada con los calcetines de personas afrodescendientes que caminan sobre una sangre ficticia.
Por eso propongo otra senyera: una bandera creada desde los márgenes, desde los cuerpos que no se esperan en la calle pero que sí se exponen en el museo como signo de diversidad y de integración.
En esta otra bandera, el amarillo es el oro de Abya Yala: la riqueza extraída de África y América Latina, transformada hoy en coltán, cacao, petróleo o empresas extractivistas que sostienen el bienestar europeo. El rojo es la sangre de la trata transatlántica: un trazo que sigue vivo en las muertes del Mediterráneo, en las fronteras donde aún sangran los cuerpos negros.
Porque la presencia negra en Cataluña no comienza con la migración reciente: es antigua, está en la tierra y en el tiempo.
En casi todas las regiones de África existe una figura que conecta el mundo de los vivos y el de los muertos. Una presencia que se viste con un traje hecho de hojas secas, de fibras, de telas, de materiales que respiran memoria. Es una máscara que entretiene a la infancia, que baila, que provoca, pero que también guía, acompaña y ayuda a trascender. Una figura que no solo aparece: intercede. Que no solo baila: abre portales. Que no solo juega: protege.
Quiero tomar esa figura ancestral y crear una propia; un ser vestido con calcetines, con los calcetines de las personas migradas en Cataluña, y también con los calcetines que se usan para dibujar esta nueva bandera.
Los calcetines se pierden en las lavadoras, sí; pero también son el mejor lugar para guardar secretos, para proteger pequeños tesoros, para abrigarnos del frío del mundo. Por eso le pido a la comunidad migrante esos calcetines sin pareja para crear un traje que dialogue cara a cara con el gran calcetín de Tàpies; un traje que active una danza de los marginados, un movimiento que reúna tiempos y territorios, que me conecte con los miles de personas que caminan, que hacen la travesía para llegar a Europa, a España, a Cataluña. Porque cuando no haya zapatos, cuando todo se haya perdido o dejado atrás, seguiremos caminando con calcetines.
Mi cuerpo —negro, de mujer, de casi cincuenta años, gordo, queer, excesivo— no es el cuerpo esperado. Pero es este cuerpo el que hoy construye esta nueva senyera. El que reclama un lugar en el relato. El que dice: Cataluña también se escribe desde nosotras. El que afirma: estamos aquí, hemos estado siempre, y somos parte fundamental de lo que este territorio es y puede llegar a ser.
Silvia Albert Sopale