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Quimbara, quimbara

Quimbara Quimbara se despliega como una conversación que se mueve como un pulso, una vibración entre pasado y presente, entre paisaje, cuerpo y memoria. A través de la danza, la fotografía y la materialidad, esta exposición propone una experiencia que excede la imagen y entra en el universo sensorial como un acto de reconocimiento y cuidado. Reúne por primera vez en Sorondo Projects a la fotógrafa venezolana Silvana Trevale y a la artista de ascendencia jamaicana Theresa Weber, tejiendo entre ambas una red afectiva donde el Caribe no es una geografía, sino una inteligencia viva, un ritmo que persiste en el cuerpo y en la memoria.

La palabra Quimbara proviene de la canción de salsa de 1974 Quimbara, popularizada por Celia Cruz y Johnny Pacheco. La palabra en sí no tiene un significado directo en español ni en ninguna lengua africana o caribeña; funciona más bien como una onomatopeya, un canto rítmico o exclamación enraizada en la tradición musical afrocaribeña. En el marco de la exposición, Quimbara se convierte en un símbolo de celebración y resistencia. En un tiempo que insiste en fragmentarlo todo, la muestra recupera un lenguaje de comunión. La música, el ritual y el color configuran una forma de pensamiento poético que desafía la jerarquía entre arte y vida.

Las fotografías de Silvana Trevale laten con un pulso contenido y profundo. Tambores, cantos ceremoniales y joropo emergen no como documentos, sino como entidades vivas, formas de pensamiento que respiran a través de la imagen. Trevale, que ha dedicado su mirada a comunidades históricamente marginadas, lo hace desde un lugar de relación, nunca de distancia, guiada por el respeto y la ternura. En sus retratos no hay miseria ni exotización, sino dignidad, claridad y belleza. Una belleza entendida no como adorno, sino como un gesto ético: la posibilidad de ver el mundo con cuidado, con el mismo amor con el que se escucha un tambor que hace eco del latido de un alma colectiva.

La mayoría de las imágenes que componen la exposición pertenecen a la serie Curiepe (2025), donde Trevale documenta las ceremonias y figuras clave del pueblo homónimo, desde bodas y nacimientos hasta la vibrante fiesta de San Juan. Estas celebraciones encarnan el sincretismo entre tradiciones católicas y prácticas espirituales africanas traídas a Venezuela a través de la colonización. Esta fusión, expresada mediante percusión, danza y canto, está en el corazón de las festividades de Curiepe y constituye una expresión vital del patrimonio cultural venezolano.

La obra de Theresa Weber, en contraste, aborda el carnaval caribeño como un lugar global, nómada y sin fronteras. Para ella es un resultado visual de la criollización, con una larga tradición inherente de protesta y liberación. Sus esculturas e instalaciones abrazan la profusión sensorial: textiles, cuentas, mosaicos, pasta acrílica, fragmentos de superficies que evocan el vestuario. Las superficies volumétricas de las obras contienen rituales incrustados en la artesanía y la memoria material del objeto. El ornamento se convierte en afirmación; el color, en necesidad; el brillo, en memoria. Para Weber, lo decorativo no es embellecimiento, sino una estrategia de resistencia, donde lo exuberante confronta el borrado de la historia. La práctica de la artista transforma el cuerpo en archivo, el gesto en inscripción. “La historia —ha dicho— habita en la piel y cada superficie reescrita sigue siendo un acto de respiración”.

Dentro de este marco polifónico, las ideas de Francesca Gargallo, Ildefonso Gutiérrez Azopardo y Cándida Gago García emergen como sustrato tanto teórico como afectivo. Gargallo entendía los rituales africanos como territorios donde lo espiritual y lo político son inseparables, lugares donde “las memorias ancestrales se renuevan para resistir el borrado”. Gutiérrez Azopardo y Gago García, desde la antropología del gesto, proponen que las danzas afrodescendientes operan como un lenguaje de resistencia: cada movimiento articula comunidad, cada ritmo deviene forma de pensamiento.

La exposición hace eco de estas enseñanzas: presentar Quimbara Quimbara en Sorondo Projects implica también un retorno, una afirmación íntima. La fundadora de la galería celebra con esta muestra sus propios orígenes afrodescendientes, entrelazando la genealogía de la institución con el latido que sostiene al Caribe. La exposición deviene así un signo de continuidad, un gesto colectivo que une memoria personal, historia colectiva y práctica artística en un mismo flujo.

En esta exposición, el territorio no es un lugar al que volver, sino una presencia que se lleva dentro. Es matriz emocional y refugio simbólico. Incluso fragmentada, la identidad se reconstruye a través del ritmo, se expande en el color y florece en la alianza entre cuerpo y paisaje. Como sugiere el pensamiento de Gargallo, “la aceptación de la diferencia no es solo política sino también poética: es la forma en que la vida se reconoce plural para poder seguir siendo compartida”.

Así, Quimbara Quimbara no busca representar el Caribe, sino convocar su energía, su vitalidad indestructible. Es una exposición que escucha y celebra, que ve en los rituales, la música y la danza no solo herencias, sino lenguajes del futuro. Un canto que Sorondo Projects ofrece como ofrenda y reencuentro: una afirmación de que, incluso en la dispersión, la identidad puede seguir latiendo al ritmo de lo colectivo.

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