Producciones

Crónicas de la Insistencia – Residentes de Fabra i Coats: Fàbrica de Creació

El 25 de noviembre, Fabra i Coats: Fábrica de Creación nos ofrece la segunda edición de Pa i fotocòpies, una muestra del trabajo desarrollado por los artistas residentes de la modalidad de artes visuales durante su residencia, y con el acompañamiento curatorial de Rosa Lleó y Pilar Cruz.

Pa i fotocòpies no es una exposición, sino más bien una presentación de los procesos de producción de los proyectos, muchos de los cuales todavía están en curso. Pa i fotocòpies es un formato de presentación híbrido con la participación de les artistas residentes, que será conducido por Lara Martínez, en el que cada artista hablará o mostrará el proyecto en el que ha estado trabajando. Pa i fotocòpies es también una oportunidad de encuentro e intercambio de la comunidad artística con una merienda alrededor de la mesa. La muestra se enmarca dentro de las diferentes acciones de acompañamiento y visibilización de les artistas residentes que impulsa Fabra i Coats: Fábrica de Creación.

GRAF, en colaboración con Fabra i Coats: Fábrica de Creación, hemos invitado al crítico y curador Jordi Garrido a escribir sobre el trabajo que les 21 artistas residentes presentarán en esta sesión.

Crónicas de la Insistencia por Jordi Garrido

0. Una Fricción Necesaria

Desde principios del siglo XX, la fábrica Fabra i Coats ha sido un organismo de fricción: un espacio donde el trabajo —primero textil, hoy artístico— ha unido materia, tiempo y comunidad. Si antes las obreras hilaban el algodón, ahora las artistas hilan ideas, afectos y resistencias. La fábrica ya no produce tejidos, sino relaciones y pensamiento compartido.

Pa i fotocòpies es el resultado de un proceso compartido de meses; iniciado por el acompañamiento de las curadoras a cada artista y de la construcción conjunta de un espacio común, desde donde decidir juntos cómo mostrar la tarea fabril llevada a cabo durante el año. La idea del pan nació de la voluntad de convertir este momento en un encuentro con calidez, inspirada por el proyecto Ganarse el pan de Joana Capella, antigua artista residente de la FiC: una práctica de autogestión que combinaba el aprendizaje de un oficio con una reflexión sobre el valor del trabajo artístico y su dimensión colectiva. De aquel gesto tan cotidiano como crítico brota el espíritu de Pan y fotocopias: trabajar juntas, con las manos y las ideas, haciendo del pan una metáfora de convivencia y de la fotocopia una herramienta de resistencia. Esta combinación doméstica y a la vez simbólica da forma a una comunidad que trabaja desde la insistencia: volver, probar, fallar, volver a intentarlo.

A ritmo de doomscroll, con certezas cada vez más frágiles y relatos que consumimos a golpe de tiktok, los y las artistas residentes en Fabra i Coats: Fábrica de Creación proponen una forma de insistencia crítica. No se trata de una simple repetición, sino de una fricción necesaria: el acto de mirar de cerca, de detenerse allí donde la mirada suele pasar de largo, de cuestionar aquello que se da por descontado y de complicar deliberadamente las narrativas dominantes. Su obra dibuja conjuntamente una cartografía de las persistencias contemporáneas, trazada no con respuestas claras y sencillas, sino con preguntas fértiles y pertinentes.

Este relato se articula alrededor de cuatro líneas temáticas que, como ejes transversales, conectan las diversas prácticas de estos creadores. Exploraremos el cuerpo como territorio de batalla y reparación; las memorias fracturadas que buscan en el archivo una herramienta de resistencia; la relación ambivalente con la tecnología, que oscila entre la prótesis y el fantasma; y finalmente, las poéticas de la subversión, donde la crítica deviene una forma de belleza. Quizás la función del arte hoy no es ofrecer consuelo o soluciones, sino, simplemente, mejorar la calidad de nuestras preguntas. Y es en esta tarea donde los artistas insisten.

1. De la Herida a la Potencia: El Cuerpo como Territorio

Decía Barbara Kruger que el cuerpo es un campo de batalla. Pero no solo eso: también es un espacio de reparación. El grado cero donde se escriben las tensiones entre el individuo y el mundo, entre la herida y la potencia. No es una entidad pasiva que se representa, sino un sujeto activo que habla, recuerda y resiste.

En Lo que una cuerpa puede, María Florencia Cid Berdeal explora la resiliencia y la reconstrucción después del trauma, concibiendo el cuerpo como un posible lugar de reparación —un espacio que solo puede emerger desde un feminismo militante. En la pieza Cartografías sensibles, derivada de esta investigación, la artista articula una tensión viva entre lo íntimo y lo público, entre el gesto artesanal —la costura, el bordado— y la escultura hecha con materiales orgánicos. El resultado es una práctica que desborda los límites del cuerpo para convertirlo en cartografía, en territorio simbólico de memoria, poder y transformación social. En diálogo con ella, las cuerpas mujeres de Carmen de Ayora, en Rastros del cuerpo común, convierten la materia escultórica en revuelta y la forma en disidencia. Dos propuestas que, desde la reparación íntima hasta la revolución colectiva, reivindican la materialidad corporal como espacio político irrenunciable. La cuerpa se reivindica como sujeto político en el espacio público; en consecuencia, la vulnerabilidad se transforma en una política de la intimidad: la fragilidad deja de ser una carencia para devenir conocimiento y fuerza, otra manera de sostenerse frente al mundo.

Hashimoto: Pieza #3, de Pilar Talavera, traduce la enfermedad autoinmune en materia sonora, abriendo un acercamiento colectivo a aquello que normalmente permanece silenciado. La pieza forma parte de una serie de acciones que exploran la naturaleza de las enfermedades autoinmunes, convirtiendo el cuerpo en paisaje y el sonido en un espacio de empatía. A través de esta investigación sobre la enfermedad de Hashimoto, Talavera propone una escucha compartida del desequilibrio, una manera de reconocer la vulnerabilidad como una frecuencia común, capaz de resonar en el otro.

Esta pulsión conecta con Cura, curar, curarse, de Mar Flores Flo, donde la pregunta —»¿O qué hacer cuando la medicación no permite el acceso al pensamiento?»— revela la fricción entre cuerpo, mente y máquina. En ella, la escritura mecánica es una muleta, pero también un acto de persistencia frente a la fragilidad.

Los cuerpos, atravesados por la herida, la enfermedad o la disidencia, son territorios vivos, habitados por memorias que se escriben una vez y otra. En ellos, la vulnerabilidad no se esconde: insiste. Esta insistencia —callada o furiosa— late como su forma más radical de resistencia.

2. Memorias Fracturadas, Archivos Resistentes

Si el cuerpo es el primer territorio, la memoria es su cartografía: un mapa inestable y constantemente reescrito. Para este colectivo, la memoria no es solo un recuerdo nostálgico, sino una materia prima y un campo de batalla donde se disputa el sentido del presente. El archivo, por tanto, deja de ser un depósito pasivo de información para convertirse en una herramienta activa de relectura y resistencia.

Diversas prácticas confrontan directamente las narrativas mainstream y la memoria histórica oficial. Biel Llinàs, en Palaus de la memòria, parte del espacio arquitectónico de la Casa de Velázquez para abordar una relectura especulativa del Frente de Madrid y la reconstrucción franquista, poniendo en crisis el relato construido por el poder. De manera similar, en Floquet de neu: revisitar una icona de Barcelona, Oscar Moya Villanueva investiga cómo la icónica figura del gorila albino fue utilizada como una cortina de humo política para blanquear el contexto social de la época, demostrando cómo un icono pop puede ocultar mecanismos de control.

El archivo personal y cultural deviene también un espacio de resistencia poética. Sara Agudo, por su parte, en De pliegues y subrayados, revisa su relación con lo que ella misma ha destacado de sus lecturas pasadas, releyendo y dotando de nuevos significados estas citas del pasado. De manera similar, Chuso Ordi, en Rotativa que mai no s’atura, activa archivos personales como espacios poéticos y críticos, conectando ilustraciones sobre la crisis del SIDA —pero no solo— de los años noventa con el presente, para evidenciar la persistencia de las luchas sociales. Esta activación resuena en la obra de Tatiana Donoso, que en Poemes per a l’amnèsia tèxtil explora la importancia de tener presentes las memorias vinculadas al textil: tanto a escala cotidiana como a escala industrial, desde la camiseta que llevamos hasta las trabajadoras que la confeccionan; no olvidar es la única esperanza para no perpetrar el colapso al que estamos abocados.

Por su parte, en Disminuir un punt cada dues o tres passades, Mireia Garcia utiliza el lenguaje textil como un dispositivo de memoria, donde el error y el glitch en los patrones heredados sirven para entrelazar recuerdos individuales y compartidos. Este glitch intencionado es una manifestación material de la fricción necesaria que define este colectivo: un error productivo que abre una brecha en la repetición ciega de la tradición.

Esta reescritura constante de la memoria no se produce en el vacío. Está mediada, acelerada y distorsionada por la tecnología, que deviene a la vez nuestro archivo más vasto y nuestra prótesis mnemónica más falible.

3. Ni carne ni circuito: Más allá del fantasma dentro de la carcasa

A menudo la relación entre artistas y tecnología es profundamente ambivalente. Lejos de celebrarla acríticamente o rechazarla por completo, sus obras la abordan como una fuerza ineludible que actúa como extensión para el cuerpo y el pensamiento, pero también como un agente que altera nuestra percepción, genera nuevas dependencias y redefine nuestra intimidad.

La crítica a la sobredependencia tecnológica encuentra un eje central en La mort del parpelleig de Lorena Ruiz Pellicero. Su investigación sobre cómo la sobreexposición a las pantallas transforma un acto reflejo tan natural como parpadear pone de manifiesto una relación tóxica entre humanos y máquinas, una dependencia que modifica nuestra biología más básica. Más allá de la relación individual, la tecnología redefine el espacio y la interacción social. En el proyecto de Daniel Cao, Jardines, espacios de recreo y zonas de subjetividad, la frontera entre el jardín real y el virtual colapsa, obligándonos a cuestionarnos si la subjetividad masculina contemporánea se gesta de noche en los matorrales de un parque o en los píxeles de un paisaje renderizado.

Finalmente, la tecnología aparece como dispositivo mediador de la experiencia sensible, capz de crear nuevas formas de conexión. El proyecto Postales sonoras de la intimidad, de valo sonoro, parte del registro de los sonidos de la cotidianidad, convirtiendo el medio sonoro en un puente hacia la intimidad de cada cuerpo. El acto de grabar permite escuchar detalles que normalmente pasan desapercibidos, transformándolos en una herramienta de reflexión colectiva. En una línea similar, en Una qüestió de ritme, Maria Pipla investiga el vínculo sensible entre cuerpos, espacios y dispositivos cinematográficos, explorando las poéticas y políticas del ritmo en comunidades musicales. Este uso crítico y sensible de la tecnología abre la puerta a una estrategia más amplia de subversión, no sólo tecnológica, sino también social y conceptual.

4. Poéticas de la Fricción: Insistir, Desplazar, Subvertir

Más allá de temas concretos, el hilo conductor que une a este colectivo es una vocación compartida por la subversión: un deseo de cortocircuitar las lógicas del poder, el consumo, la productividad y la verdad. Esta subversión adopta formas diversas —desde la crítica social directa hasta la falsificación conceptual o el desplazamiento sutil de la percepción—, pero comparte una misma intención: abrir grietas en el sistema.

En Ríos, oasis y tumultos, Arturo Aguilar reivindica el derecho al ocio como un acto de resistencia ante una sociedad que confunde descanso con pereza y consumo con felicidad. Su proyecto, a medio camino entre la memoria y la crítica social, propone la pausa como una forma de bienestar colectivo y como un espacio político desde donde cuestionar la productividad como dogma contemporáneo. Aguilar convierte el río —flujo de imágenes, de interrupción y de transitoriedad— en una metáfora de esta resistencia silenciosa: un lugar donde el tiempo no se explota sino que se respira.

Desde una óptica cercana, pero más analítica, Pol Pintó, con Entre poco y nada / Microhistorias de la estandarización, disecciona los mecanismos invisibles que regulan la cotidianidad. Su trabajo es una arqueología del presente: hace aflorar la tensión entre la norma y la experiencia singular, revelando cómo las microestructuras del día a día —lo aparentemente banal— contienen un potencial crítico y poético. Si Aguilar defiende el derecho al descanso como disidencia, Pintó desmonta los engranajes que sostienen la rutina, mostrando cómo la subversión puede nacer también de la repetición más ínfima.

Otros artistas optan por un sabotaje más cerebral, utilizando la falsificación y la parodia como agentes del caos. El proyecto Keep dumb and have a knive day de Maria Castillejo Fernández es un buen ejemplo: a través del concepto de shanzhai —la copia china como forma de resistencia—, la artista explora cómo la falsificación puede contaminar la noción de verdad y cortocircuitar la autoridad. El fake deviene un arma paródica y lúcida, recordándonos que, en un mundo saturado de marcas e identidades performativas, quizás la copia descarada es la forma más honesta de crítica.

También encontramos formas de subversión más sutiles, que operan en el ámbito perceptivo, afectivo o ecológico. Nieves de Montserrat Garcia Botella, con Papallona —parte del proyecto #FFOFF. Todo Comenzar se Da en el Delirio—, imagina un futuro post-colapso climático no como una catástrofe, sino como una oportunidad para un nuevo comienzo. En diálogo con piezas como Torre en Alta Tensión, donde la fragilidad material deviene advertencia ecológica, la artista explora el glitch y el error como metáforas de un mundo en transformación, donde el fallo puede abrir espacios para la vida.

Otras propuestas desplazan la mirada hacia los márgenes de la atención: Gemma París, en Males Herbes, repiensa la relación con las especies vegetales silvestres y los espacios periféricos de la ciudad a través de la combinación de dibujo y costura, utilizándolos como metáfora de aquello que crece fuera de control pero también como lugares de cuidado y encuentro. En una línea cercana, lorna jordà, con get ahold, get a hold, explora las tensiones entre lenguaje, imagen y materialidades para desplazar elementos arquitectónicos y visuales de su entorno inmediato. A través de la intervención directa en objetos y espacios, provoca pequeños errores y desajustes que obligan a repensar la percepción habitual y la manera en que interactuamos con los entornos cotidianos.

Gloria Bonet Batalla, con su proyecto literario POEMA (título provisional), aborda el amor, la muerte y el absurdo pasando por el filtro del sarcasmo y la melancolía, demostrando que la poesía puede ser también un instrumento de subversión emocional y política —ya que reivindica la importancia de hacerlo en catalán—. Sus palabras, como las prácticas de sus compañeras, no buscan convencer sino hacer vacilar; no imponen certezas, sino que abren espacios para la duda.

Todas estas prácticas, desde la crítica frontal hasta el gesto casi imperceptible, comparten una obstinación común: resistir el consenso, interrumpir el flujo, introducir fricción allí donde había inercia. Son poéticas que no buscan cerrar el sentido, sino mantenerlo abierto; que no aspiran a resolver, sino a insistir. En un tiempo que exige claridad, eficacia y resultados medibles, estos creadores reivindican el derecho a la duda, a la complejidad y a la belleza que emerge de las grietas del sistema. Su obra es un recordatorio contundente y necesario de que, a veces, la forma más radical de resistencia es, simplemente, continuar insistiendo.

Con el soporte de:
En colaboración con: