Autopsia. Exposición oral de Roberto Fratini
Fáustico y puñetero, nadie sabe mejor que el actor de cuánta sumisión se alimenta la liberación de la creatividad. Todos los «métodos» del siglo pretendieron que los obreros de la mentira fueran dueños de sus medios de producción ―y dignos de mentir–. La verdad interior y la frágil labor introspectiva para encontrarla conformarían en suma una competencia igual de moralizadora que la del trabajo manual en la cosmovisión marxiana: esta maniobra de redención ética del arte como trabajo ocuparía la casi totalidad del campo discursivo de las vanguardias históricas. Stanislavski fue, en cierto sentido, el profeta del paradigma de autoexplotación que aguardaba en los entresijos de la dictadura del proletariado y que hallaría su despliegue más radical no ya en la epopeya de masas de la revolución socialista, sino en el lirismo individual del sujeto finalmente liberado y libre de sincerarse, carne de cañón del paradigma neoliberal.
Las dos instancias que conforman el título del principal texto de Stanislavski, «El trabajo del actor sobre sí mismo», anuncian la infinita disponibilidad del sujeto posmoderno ―emancipado, único, umbilical, hipersensible y creativo― para prostituir su intimidad, para dejarse precarizar en nombre de la autonomía, para manipularse con una energía que rebasa los sueños húmedos de cualquier manipulador exógeno: se sincera a destajo en las arenas donde compiten las nuevas subjetividades de lujo mientras miente (y se miente) como respira.
