Florescence. Marria Pratts
El verano pasado, coincidiendo con el nacimiento de su hijo, Marria Pratts pasó dos meses viviendo en una casa señorial en el municipio de Son Negre, en Mallorca. Las impresiones recogidas por la artista durante ese periodo, junto con sus observaciones sobre las formas de vida presentes en los alrededores de la casa, quedaron plasmadas en una serie de bocetos y anotaciones distribuidos en varios cuadernos. Estos dibujos sirvieron como base para las pinturas que ahora se reúnen en Florescence, la exposición que acoge la galería Mayoral entre mayo y julio.
El título de la exposición hace referencia al proceso de maduración de árboles y plantas, que se manifiesta con la aparición de flores. Este periodo de floración marca la transición de una etapa vegetativa a una etapa reproductiva. Así, la exposición quiere ser un reflejo de este proceso vital: un momento de latencia y apertura al mundo que se traduce en su pintura.
Desde el inicio de su trayectoria, la artista ha desarrollado un lenguaje artístico que utiliza recursos formales y métodos experimentales para resaltar las cualidades procesuales de la pintura. Pratts observa las transformaciones del espacio pictórico y dialoga con él mediante un sistema de acción y reacción. El color y las figuraciones emergen de forma improvisada, como si la pintura fuese un espacio vivo y poroso que necesita ser cultivado con paciencia. De forma paralela, en el contexto de la exposición, la noción de florescence también alude a la consistencia de la memoria y a los mecanismos que la hacen emerger.
En este sentido, hace unos meses Marria Pratts recuperó y digitalizó varias películas familiares que visionó por primera vez mientras trabajaba en las piezas de la exposición. Entre ellas se encontraban experimentos fílmicos creados por su madre, como el que se incluye en la exposición. Esta confluencia de medios y autorías muestra la estructura cambiante de los vínculos. Así, aunque se sitúan en tiempos muy distintos—principios de los años 80 en el caso del film, y un pasado reciente en el caso de las pinturas—, ahora se encuentran en un mismo espacio y en un mismo presente.
Entre los motivos que Pratts identifica como hilo conductor de este nuevo conjunto de obras destacan los tonos del amanecer y el crepúsculo. El alba y el ocaso proporcionan condiciones lumínicas y atmosféricas caracterizadas por el predominio del azul cobalto, el gris, el amarillo y el rojo-anaranjado: Veig el sol despertar i el món caminar (2025). Estos colores evocan la quietud del comienzo y del final del día. Una quietud que favorece la presencia de animales, como la garza y la vaca: Vaca i Garsa. Epifania a Son Negre (2025). Pratts introduce esta figura compuesta, mitad bovina y mitad ave, basada en un encuentro real. La garza y la vaca—la primera descansando sobre el lomo de la segunda—encarnan una simbiosis perfecta entre lo aéreo y salvaje y lo doméstico y felizmente terrenal. Esta y otras representaciones de animales en la obra de Pratts pueden leerse desde una tradición que la vincula con artistas como Rosa Bonheur y Renée Sintenis, quienes, precisamente por elegir a los animales como tema de sus obras, fueron injustamente consideradas artistas menores.
La exposición fluctúa entre la monumentalidad de la pintura y la intimidad y sencillez del dibujo. No se establece jerarquía entre ambos soportes; se presentan, en cambio, como partes complementarias de una misma investigación. Las pinturas, por sus dimensiones, exigen la movilización del cuerpo durante su creación y, una vez expuestas, proponen una experiencia física, casi inmersiva. En cambio, el dibujo se presenta como una herramienta inmediata, una forma de documentar instantes fugaces, como si fueran apuntes del natural que, en este caso, rehúyen del realismo. La limitación espacial y técnica del dibujo responde a una metodología de trabajo similar a la de quien escribe un diario. Así, el dibujo se convierte en un registro cotidiano que, a través de la acumulación, revela la persistencia de ciertas imágenes y, a su vez, hace palpable el paso del tiempo.
Sobre la superficie del lienzo y del papel, la repetición de los trazos describe haces nerviosos. El color aparece como un chorro y, al solidificarse sobre el lienzo, describe texturas y paisajes atravesados por figuras míticas, presencias animales o estallidos de risa: El Teu Somriure (2025). Es una pintura de la emoción, física: una danza. Un camino de autodescubrimiento y, al mismo tiempo, un acto de esperanza.
“El nacimiento y la muerte—dice Pratts—son actos universales, pero se viven de forma íntima. Estas pinturas son mis herramientas para pensarme y afrontar estos actos. El amor, la melancolía y la nostalgia son ideas que convergen en Florescence. Entiendo estos tres estados como motores de transformación.”
Las obras reunidas en Florescence parecen decididas a restablecer el equilibrio entre presencia y ausencia, entre la luminosidad del día y la letargia nocturna. Si la vitalidad y la exuberancia son los rasgos que caracterizan la obra de Pratts, esta exposición se convierte en una invitación a celebrar la vida, con todo lo que ello implica: tanto su fuerza revulsiva como su condición efímera.
