Visatges. Dominika Berger
¿Qué es una cara? Los retratos, como sabemos, ocupan un lugar preponderante en la pintura de Dominika Berger, pero sobre todo tienen un papel fundamental en el razonamiento de su arte. Baudelaire escribía en El arte romántico: «… un buen retrato me parece siempre una biografía dramatizada, o más bien es como el drama natural inherente a cualquier hombre». Todo retrato es una forma de espejo. ¿Pero qué retrato? ¿Quién se parece a quién? ¿Las imágenes se parecen a los modelos (¿hay modelos, de hecho?) o los modelos se parecen entre ellos? ¿Se trata de autorretratos?
Pero, retomando el hilo: ¿qué se puede ver verdaderamente en un cuadro de Dominika Berger? ¿Qué se expresa realmente en él? ¿Qué es una pintura, si no una visibilidad trabajada por lo invisible? O la transparencia. ¿El cuadro no es la desmesura del objeto que desposee? Por lo demás, en su obra no hay cambios bruscos, hay pocos giros, pero sí muchas intenciones renovadas, investigaciones todavía no satisfechas, un juego de variantes y de variaciones, variaciones a veces ínfimas sobre un tema reiterado, pero siempre reinventado: el rostro. Donde la sorpresa es total cada vez y se conjuga con el placer de volver a escuchar el tema. Pero hay rostros que resisten o, más bien, que se borran, que parecen desdibujarse, como si se tratara de no insistir, de significar una culminación en el blanco, «hacer el vacío» para quedarse solo con lo esencial. No se da cuenta −ni de lejos− ni de la especificidad de la cara humana, ni de la práctica del retrato tal como se nos muestra a través de sus pinturas.
Retratos como estos no nos tranquilizan. No podemos pretender leer evidencias en ellos. No podrían ser reconocibles, idénticos a su modelo. ¿Pintar no sería, en definitiva, pintar para dejar de tener cara? ¿Pintar sería escrutar-escrutarse? De hecho, en muchos de sus cuadros, Dominika Berger trata la realidad como una memoria de la que no puede brotar lo secreto. Esta especie de interferencia y de borrado de lo visible ilustra un aspecto fundamental de su arte. Pintura doble, dúplice: en un mismo lugar colorido, hace pasar el ojo de un estado de lo visible al otro, lo conduce de una realidad en imágenes a un desenfoque de la mirada. La experiencia estética es esa relación oscura, material e íntima: relación física, inconmensurable, que remite a la memoria del ojo. Y está justamente ahí lo que nos intriga en el planteamiento de Dominika Berger, un despojamiento de la existencia siempre activo.
