Una amiga que vivió en Bristol comenta que si hubiese un apocalipsis zombie los mediterráneos no sobreviviríamos ni de coña, los que sí seguro esos ingleses sureños. Pues Tarragona vendría a ser la Bristol catalana.
Este itinerario es una adaptación de una pieza con el mismo nombre que hace referencia y tal como dice el título a andar treinta y cuatro días siguiendo las fincas de un viejo documento encontrado, fincas de la herencia de la primera alcaldesa catalana, Dolores Codina Arnau.
Esta es una tierra que ante nosotros se desnuda lenta y sagrada, e invoca dioses y muertes. ¿Qué caminos quedan aún por recorrer que la memoria no haya gastado? ¿Qué lugares quedan aún por nombrar? Es mejor subir la cuesta del cementerio de Portbou de noche. Es mejor que sea una noche fría y sin luna.
Una conversación distendida en la terraza de un bar, el descubrimiento de que tanto Albert Jordana como yo éramos y somos de pueblo y que en nuestros pueblos hay museos nos llevó a formularnos la siguiente pregunta: ¿Cuánta gente -tanto de otros pueblos como del nuestro- conoce y visita nuestros museos?
Ve sin prisa, porque para hacer esta ruta se necesitan años de trabajo. Esta ruta parte de un Sur indeterminado, que inevitablemente se piensa como Sur desde un lugar que se articula como Norte o como Centro en un acto de verticalidad imaginaria.
Comenzamos nuestra ruta en la calle Vilà i Vilà 99 en el archifamoso Molino. Pocos saben que la andadura de este local se inicia en 1898, cuando el propietario de una tasca llamada “La pajarera” traspasa el negocio a un inmigrante andaluz en busca de fortuna y éste le cambia el nombre por “La pajarera catalana”.
He colgado una piñata al lado de casa. Ordeno cronológicamente las imágenes del edificio. Me sitúo detrás de la puerta de cristal. En el recibidor hay un sofá de piel sintética. Invito a un voluntario a pasar. Todos los pisos son de alquiler. Desde la ventana descuelgo una caja. He convertido mi coche en casa. Cruzamos el portal jugando a rayuela. Una imagen de la escalera cubre la puerta. Caminamos con los ojos vendados hasta el mar. La escalera tiene dos tragaluces.
Todas dentro del hoyo, del que sale agua, en la que nos bañamos, desde donde vimos la montaña, en la que bailamos y miramos el mar, que apareció dentro del hoyo, al asomarnos, y que hicimos con siete palas que cargamos hasta allí, bajo el sauce.
Doy permiso a GRAF para enviarme información